si tú te hicieras farola
que me espera por las noches
encendida pero sola.-
Uno
de mis mayores deseos es que se llegue el día en que podamos estar juntos para
siempre. Que me esperes cada noche encendida de pasión, como ese fin de semana
en la playa. Sí, pasábamos
el fin de semana en Rincón de Guayabitos, una pequeña bahía del estado de
Nayarit, México. Era un sábado por la mañana. Habíamos llegado la noche
anterior y ésta había sido una noche apasionada, por lo que al levantarnos, un
poco tarde, fuimos a desayunar para posteriormente dirigirnos a la playa,
relajarnos, reponer energías y disfrutar de un sol que nos daba la bienvenida
brillando en todo su esplendor. Tomé asiento en una silla de playa bajo una
sombrilla. Tú te tendiste a mis pies, boca arriba sobre la arena para broncear
tu piel. Como de costumbre al verte en traje de baño, luciendo toda tu belleza
sinigual, estuve un buen rato contemplándote absorto, sin decir nada. En ese
momento, como muchas veces, me sentí agradecido con la vida por haberte
conocido, por permitirme gozar de tan maravillosa mujer.
-Yo sería barrenero
si tu te volvieras roca
para abrir alguna brecha
y llegar hasta tu boca-
Me
incliné hacia ti para ungir tu cuerpo con el líquido bronceador.
Al
colocar mis manos sobre tu piel recorriéndola suavemente de norte a sur, de
oriente a poniente sintiendo su tersura, no me pude concentrar en tan simple
labor, mi pensamiento me traicionó. Me acerqué a tus labios y los besé con
delicadeza. ¡Que sensación!, labios apetecibles que se me brindan por entero.
Y
ahora, después de una noche de amor increíble, de haber dormido poco, la
excitación empezaba a aparecer nuevamente. Que situación tan bochornosa. Yo en
traje de baño y visiblemente excitado. Pensé que una solución práctica sería
entrar al mar. Quizá la frescura del agua pudiera remediar la situación.
Te tomé
de la mano y corriendo te llevé al mar. Debido a que el oleaje era algo fuerte
te resististe un poco, pero confiada en mis cuidados accediste a entrar, sin
embargo, una vez dentro, el movimiento del mar hacía que perdieras control de
tu cuerpo, por lo que te abrazaste a mi, percatándote de que mi excitación en
lugar de descender, muy por el contrario, iba en aumento. El roce de tu piel con
la mía, sentir contra mi pecho esos dos volcanes de lava, me hicieron
estremecer. Afortunadamente, con el agua arriba de mi cintura, mi situación no
era visible.
Que
sensación tan agradable, juguetear en el mar, los roces de cuerpos accidentales
y premeditados nos estaban haciendo nuevamente llegar a un estado de excitación
tal en que poco faltó para que hiciéramos el amor a plena luz del día y a la
vista de todos, sin embargo, preferimos ir despacio y continuar con los roces y
toqueteos sutiles y discretos.
-Yo sería curandero
si tú te volvieras droga
para curar este mal que
al pensar en ti me ahoga-
Cuando
la situación se hizo mas apremiante, decidimos ir a la habitación, esperando
no encontrar el servicio de camarista en ella.
Salí
del mar corriendo hasta mi silla para tomar una toalla que de inmediato coloqué
en mi cintura, cubriendo la evidencia de mi estado.
Llegamos
a nuestra habitación y de inmediato me quité el traje de baño para ducharme y
así eliminar el agua salada y los restos de arena. Te llamé insistentemente
para que acudieras a mi lado a ducharte también pero no respondiste a mi
llamada.
Salí
del baño y al entrar en la recámara ¡Que vista tan espectacular! Recostada en
la cama completamente desnuda, tu cuerpo húmedo por el agua salada y con
vestigios de arena, parecía emitir resplandores. Tu hermoso cabello dorado caía
desordenadamente sobre la almohada. Me acerqué a ti para besar tu boca
largamente y así seguir por el camino descendente hacia tu cuello y después tu
pecho; haciendo alto para besar esos duros pezones, uno y otro, regresando al
primero y volviendo al segundo, oyendo como gemías de placer. Seguí
descendiendo, mi boca sedienta probó las mieles de tu excitación mezcladas con
un extraño sabor a sal. Para entonces ya no había control de cuerpos ni de
mentes. Mi cuerpo se unió al tuyo para habitar en las profundidades de tu ser,
siguiendo un movimiento ondulante de olas en altamar. Éramos un volcán
naciente en el lecho marino, lava hirviente que se derrama en el océano.
Tu
cuerpo se tensó para luego convulsionarse mientras de tu garganta salían los más
hermosos gemidos de placer. No hay nada mas excitante para mí que saber que te
encuentras en la cima del placer por lo que casi simultáneamente mi cuerpo
también se sacudió mientras te abrazaba fuertemente hasta quedar los dos en el
éxtasis que sigue al momento cumbre.
Te seguí
acariciando y besando, ahora tierna, amorosa, agradecidamente. Ni las más
rebuscadas palabras pueden expresar todo lo que siento por ti, lo que siento
contigo. Creo que un beso y una caricia salidas del corazón pueden expresar, en
esos momentos, más que cualquier otra cosa.
Entonces,
con esa voz tan melodiosa, que es otro de los dones que Dios puso en tu ser, y
de forma por demás ocurrente, entonaste el estribillo de la canción:
Y ya lo ves, pasan los años
dejando huellas al pasar
nuestro amor es imposible
tú eres pez de río, yo soy pez de mar
Esto en
franca alusión al agua salada que aún salpicaba tu cuerpo y al agua de la
ducha que no había tenido tiempo de secar del mío.
Hoy,
mientras viajo en el automóvil reflexionó en ese último verso de la canción.
Es verdad, pasan los años y vaya que han dejado huella. No me refiero a la
huella que en el físico pudieran dejar. La verdad y nunca la he callado, es que
cada día que pasa eres más hermosa, más deseable. Cada día que pasa mi amor
por ti crece y creo, estoy seguro que seguirá creciendo. Pero también cada día
eres mas parecida a mi y yo a ti.
Después
de tanto tiempo, sin querer probarlo a nadie, hemos demostrado que nuestro amor
si es posible, aun cuando seamos peces diferentes.
El salmón
nace en el río y nada hasta el mar para crecer y desarrollarse, pero llegado el
momento, nada a contracorriente río arriba. A pesar de todos los obstáculos
llega al lugar en donde consumará su amor, para después morir.
Por tu
amor bien vale la pena hacer la travesía contra todo, no importan las heridas
si he de poder estar contigo. Y en verdad te digo que, por tenerte, por amarte y
sentirme amado, bien vale la pena hasta la muerte, si llegado el momento, también
estás a mi lado para ese último viaje.
Quique Gavilán